Aunque cientos de miles murieron en las horas posteriores a la aparición de la Herida de los Cielos, millones de almas más se perdieron en los siguientes meses. La peste y la hambruna se sumaron rápidamente a las desgracias del cataclismo. Los cultivos y las flotas pesqueras quedaron completamente aniquilados, y las tiendas con alimentos que quedaron fueron devastadas por alimañas o se pudrieron en un almacén sin vigilancia. El ganado se convirtió en cadáveres hinchados debajo de la cubierta de nubes permanente e incluso los carroñeros que se alimentaron de ellos yacían muertos.
Los cadáveres abarrotaban las nuevas costas y los estuarios, trayendo más enfermedades y enjambres de comedores de carroña. Apenas había embarcaciones que pudiesen navegar y las aguas aún amenazaban con engullir cualquier barco que partiera desde climas menos devastados.
El aglutinamiento de los supervivientes que huyeron del desastre trajo consigo una nueva peste. No había un santuario para refugiados, y se encontraron con lluvias de piedras a las puertas de cada pueblo, llevados a la horca y señalados en las pocas aldeas que ahora se aferraban a la existencia en altitudes más altas. Los muertos superaron en número a los vivos y solo prosperaron las moscas y los buitres.
El oleaje, tanto literal como metafórico se sintió en todo el mundo. Sus reinos del sur fueron devastados, Europa se tambaleó, paralizada por las tormentas que continuaron azotando sus costas del sur. Sus tierras de cultivo más generosas se convirtieron en páramos cubiertos de cenizas, y las pesquerías, vitales para la supervivencia, fueron devoradas por los mares que alguna vez tantos bienes aportaron.
El cielo tenía un brillo como el bronce fundido, que resultaba doloroso de ver. La Herida dejó una imagen remanente dondequiera que uno mirara, una fugaz impresión de dolor y vacío que roía los sentidos. En el contexto de las tormentas en curso, parecía un rayo que no se desvanecería, una sensación de poder invisible pero inconfundible.
Incluso cuando los mares habían recuperado algo de su calma habitual, eran propensos a cambios repentinos y a generar fuertes corrientes que escapaban al control de los más capaces marineros y capataces. Arrecifes y bancos de arena que hace tan solo unos meses no existían ahora amenazaban las rutas comerciales más concurridas. Los puertos de las islas y los puertos continentales se habían convertido en muelles destruídos y llenos de escombros, mientras que en las aguas, las trombas marinas se tragaban los barcos deambulando por las olas con el poder de romper cascos y derribar mástiles. Vórtices como los remolinos o el Caribdis podrían surgir de la nada y tragarse barcos enteros.
No eran solo las tierras y los mares los que habían sido irrevocablemente alterados por la desastrosa llegada de la Herida de los Cielos. Aparte de su propia presencia maligna, el fenómeno cósmico provocó otros cambios en la visión de la humanidad de los cielos.
El hecho más destacado, es que la noche ya no era oscura. Incluso mucho tiempo después de que el sol se hubiese puesto, una neblina pálida iluminaba el firmamento, un crepúsculo constante que inducía al insomnio y absorbía el espíritu, al igual que los casi interminables días de verano agravan el bienestar de aquellos que habitan cerca de los polos.
Debajo del "ojo que todo lo ve" que era la Herida de los Cielos uno se sentía constantemente observado, incluso sintiendo su atenta mirada cuando estaba bajo tierra en la caverna más profunda.
Los astrónomos y astrólogos por igual acordaron que los cielos habían cambiado. Como una aurora, la luz de la Herida oscilaba contra los cielos, a veces oscureciendo las estrellas más brillantes, otras veces apareciendo para revelar otras nuevas. Apariciones fugaces de cuerpos celestes que no se habían visto hasta ahora se cruzaban a través de los telescopios de aquellos que se estudiaban el cosmos; La Herida actuaba como un filtro a través del cual se podía ver una realidad retorcida. Lo que una persona veía a través de la Herida en una sola noche sería diferente la noche siguiente, o incluso diferente a lo que vía otra persona, y los filósofos naturales discutieron entre ellos para nombrar estas nuevas constataciones y actualizar sus horóscopos de acuerdo con un nuevo mapa celestial en constante cambio.
A través del miasma de la contaminación de la Herida, parecía que la misma luna parecía diferente. Mientras que a algunos siempre les ha gustado reconocer rostros o patrones en su superficie, ahora parecía mucho más claro que se parecía más a un cráneo roto. O, si se le da crédito a la declaraciones de los locos que lloraban en las celdas del Ospedale San Servolo, tal vez una máscara de demonio macabra.
Presente pero apenas perceptible, la Herida sube y baja como un río, a veces a media vista, a veces sólo percibido como una mirada en la parte posterior de la cabeza. En todo momento está allí, mirando hacia el mundo, con su foco surgiendo en Venecia.
A raíz de la Herida de los Cielos, no se produjo sólo una agitación geográfica y política. La magia en crudo fluyó por al mundo, tocando todo sobre lo que caía. Los que habían nacido con una afinidad, conocida o no, comenzaron a notar el efecto de inmediato. Unos pocos afortunados afectados por enfermedades terribles fueron curados milagrosamente, mientras que algunos con una gran salud sufrieron un malestar repentino y debilitante.
Predicadores y brujos, yoguis y monjes de todo el mundo sintieron un toque espiritual sobre ellos, dando forma a sus oraciones, moldeadas por la fe y el ritual. Un puñado de personas comenzaron a mostrar poderes notables, de vuelo, fuerza, para conjurar la materia de la nada o influir en los pensamientos de los demás. Fueron rápidamente nombrado como los Dotados, aunque para lo que quedaba de la Iglesia eran las abominaciones del Diablo, y ellos mismos podrían considerar sus cambios una maldición. Las historias de más Dotados pronto se extendieron, y otros seguramente ocultaron en lugar de hacer alarde de su poder.
A pesar de todo esto, Venecia permaneció indemne, ubicada como estaba en el extremo norte de la Herida de los Cielos que destrozó a Italia. Las generaciones de hombres y mujeres, que habían vivido y muerto en medio de inundaciones y agitación, no se vieron intimidadas por las perturbaciones relativamente pequeñas que azotaron su ciudad.
Con los restos de su flota pudriéndose en el muelle, Venecia había caído tan bajo que tenía poco que perder, pero ahora estaba lista para ascender una vez más a la preeminencia.
Fuente: Manual de Carnevale, TTCombat
Buen trabajo, me encanta leer este tipo de cosas.
ResponderEliminarSe agradece Raúl. La verdad es que el trasfondo de Carnevale es fascinante :)
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