Algunos afirmaron que Venecia fue tocada por Dios; otros que La Serenissima tenía al demonio como protector. Una combinación de fuerzas geográficas y místicas hicieron que Venecia casi indemne de la catástrofe que destrozó a sus vecinos. Con la excepción de algunos terremotos y fuego, nada que la ciudad no hubiese superado ya en el pasado, la Reina del Adriático se mantuvo firme. Ubicada en el vértice norte de la Herida de los Cielos, Venecia ascendió rápidamente de una ciudad en la quiebra a una joya en el Mediterráneo.
Ninguno quiso dejar pasar esa buena fortuna. Los venecianos, desde los pescadores hasta el Dogo, se dieron cuenta de que se les había otorgado una oportunidad excepcional y, durante un corto espacio de tiempo, todo pensamiento en Venecia se centró en aprovechar al máximo la ocasión.
Y lo más importante, la progresiva desidia que había asaltado a los capitanes de su flota durante los últimos años se había convertido en una ventaja. Amarrados en muelles destruidos, de los casi doscientos buques mercantes que navegaban bajo la bandera veneciana, habían sobrevivido más de la mitad a la catástrofe. Entre ellos estaba la mayor parte de la flota militar de la ciudad, incluidas unas veinte galeras; más que un desafío para cualquiera que se atreviese en aquellos momentos a enfrentarse al desbordado mar Mediterráneo.
El Dogo, Ludovico Manin, no dudó en decretar que se haría todo lo posible para que los muelles de Venecia volvieran a funcionar lo antes posible. Con el que actualmente era el puerto más meridional de Italia, y a decir verdad el único puerto viable en todo el norte del Mediterráneo, Venecia podría arrinconar los mercados emergentes si su gente actuaba rápidamente. A medida que las noticias de precios inflados y de escasez cada vez mayores fluían desde el norte del continente, aumentaron los esfuerzos de los venecianos.
Además de su envidiable geografía, Venecia también se encontraba en una posición única para, quizá, poder beneficiarse de los efectos sobrenaturales provenientes de la Herida de los Cielos. Los primeros los Dotados fueron vistos sobre los canales de la ciudad, y las declaraciones de otros muchos fenómenos extraños fueron cada vez más frecuentes.
Sin embargo, esta recuperación fue azotada a medida que se intensificaban los esfuerzos. Todavía dependiente de sus escasas tierras de cultivo en Terraferma, los suministros de alimentos de Venecia se habían reducido drásticamente debido a las tribulaciones del continente italiano. En octubre de 1793, los vagones de los agricultores se volvieron cada vez más intermitentes y los pocos cultivadores que llegaban a la ciudad traían rumores contradictorios de extraños accidentes y ataques furtivos contra sus compañeros.
Mientras el Dogo intentaba lidiar con la inminente escasez de alimentos, las disputas entre los nobles y la burguesía emergente de comerciantes y mercaderes amenazaban el trabajo en los muelles. Los disturbios que habían asolado otras ciudades surgieron en Venecia; El resentimiento de los pobres y los hambrientos hacia las continuas extravagancias de la antigua nobleza estalló debido a un duro invierno. El Consejo de los Diez fue asediado por demandas de representación provenientes de la clase más baja. Los revolucionarios instigaban a las masas a asaltar las residencias de los indiferentes aristócratas.
Cuando los disturbios llegaron a su punto máximo, dos barcos llegaron a los recién abiertos muelles con las bodegas descargadas llenas de suministros. El grano y la carne se distribuyó rápidamente desde el muelle hacia los mercados. Lejos de inflar sus precios, los pocos mercaderes elegido (que parecían extranjeros, y a los que pocos podían recordar de antes del desastre) casi regalaron sus bienes. Como si una llama se apagase la incipiente revolución se consumió y murió.
La ciudad estaba tan desesperada por la comida que no se plantearon preguntas sobre la naturaleza de estos benefactores, de dónde provenía la comida, o que ruta habían tomado para cruzar un mar tan furioso que hacía que los más experimentos no se atreviesen a salir de la costa.
Tal y como habían llegado, los barcos zarparon y partieron lejos de allí sin que sus capitanes y tripulantes hubiesen llegado a pisar tierra veneciana. En los días venideros, la Iglesia de Dagón se atribuyó el acto benévolo. Situada alrededor del distrito hundido de San Canciano, el grupo había tomado la causa de alimentar y vestir a los pobres, enfermos y sintecho.
Rescatados en el último momento de la disputa civil y la ruina política, Venecia y su gente se esforzaron durante el siguiente invierno. El breve encuentro con el hambre y la rebelión sofocó a los espíritus más inquietos a ambos lados de la división entre los mercaderes y los nobles, y el Dogo disfrutó de un inusual, pero breve período autoridad.
A medida que transcurría el año 1794, las fiestas y celebraciones fueron las mejores vistas en una generación. El estado de ánimo de la ciudad se ensalzó con los creencia y el deseo de una prosperidad futura.
Estaban en lo cierto, porque durante la siguiente primavera trajo bienes comerciales a montones, y un puerto lleno de capitanes de barcos desesperados que no podían esperar a ser pagados por sus mercancías. En medio año, Venecia se había transformado de un puerto atrasado a la ciudad más importante del Mediterráneo, tal vez en toda Europa.
La fuerza económica trajo un poder político repentino. Con los impuestos que llegaban a las arcas de la ciudad y los tesoros de su nobleza, hubo una repentina afluencia de comerciantes y aristócratas de toda Europa y más allá que llegaban con la esperanza de compartir el éxito de la ciudad, cada uno con su propia riqueza y pequeños ejércitos de criados. La atención del Dogo se convirtió repentinamente en una valiosa mercancía por derecho propio, con reyes y emperadores ansiosos por hacer alianza.
Habiendo vivido durante generaciones entre las lagunas, arquitectos, ingenieros albañiles y carpinteros Venecianos fueron repentinamente demandados en toda Europa. Apenas había un palacio, una casa señorial o una bodega frente a la costa que no solicitaran los servicios de estos equipos de artesanos que viajaban, siempre que sus dueños tuvieran el dinero para costeárselo. Los ciudadanos más ricos de otros asentamientos costeros estaban dispuestos a gastar una fortuna en la reconstrucción de casas perdidas por las mareas crecientes, construidas sobre bases mucho más seguras que sus antiguas casas.
Los comerciantes locales trabajaron para cumplir con los pedidos de sus productos para venderlos en la ciudad o para ser enviados a mercados más lejanos. Los artesanos de otros países convergieron en Venecia, con la esperanza de vender sus servicios y sus productos. No se sintieron decepcionados, se les dio la bienvenida debido a la abrumadora demanda de sus habilidades y al continuo agotamiento del talento veneciano. Con estos extraños llegaron también elementos menos deseables. Bandoleros y carteristas, espías de gobiernos extranjeros y demagogos de diversos y desagradables credos entraron en la ciudad.
Toda esta actividad creó una espiral rápida de beneficios para los involucrados. La economía local estaba en auge, poniendo dinero en los bolsillos no solo de los nobles que poseían la tierra, sino incluso del trabajador más bajo que trabajaba en ella. La riqueza atrajo a más comerciantes, que necesitaban alimentos y comida, creando nuevas demandas para las granjas y los pescadores, que a su vez gastaban sus nuevos ingresos en los mercados y compraban mejores casas.
Con los más ricos de Europa ahora atraídos por la ciudad, se abrieron docenas de hoteles y casinos, desde grandes apartamentos que atendían a príncipes y duquesas hasta cabañas de trabajadores para albergar la afluencia de ciudadanos de clase baja. Los canales se dragaron de nuevo, se abrieron nuevos caminos empedrados y los puertos y muelles continuaron creciendo cada semana.
Fuente: Manual de Carnevale, TTCombat.